Yo tuve el padre más malo del mundo. Cuando fui creciendo se hizo más malo. Mi padre insistía en saber dónde estaba, parecía que estaba encarcelado. Tenía que saber quiénes eran mis amigos o con quien andaba y lo que estaba haciendo a cada instante. Me insistía mucho en que si decía que me iba a tardar una hora en algo o en algún lugar, debía tardarme solamente una hora.
Pero siguió siendo cada vez más malo. Me da vergüenza admitirlo, pero hasta tuvo el descaro de romper la Ley Federal del Trabajo de los Niños. Me enseñó y me obligó a lavar mis trastes (platos o utensilios de cocina), a hacer mi cama, a barrer y hasta a aspirar mi recámara y a lavar mi ropa; me mandaba a la tienda de la esquina a hacerles mandados a él y a mamá y tuve que aprender cosas muy crueles como cocinar y otras que de plano no quiero recordar.
Me parece que se quedaba despierto toda la noche pensando que podría hacerme al día siguiente para molestarme. Cuando llegué a la adolescencia, mi padre fue más malo y mi vida se hizo más terrible. Siempre insistía en que dijera la verdad y en que le tuviera confianza. Obligaba a mis amigos a tocar la puerta de la casa y a preguntar por mí en lugar de silbar o tocar el claxon para que yo saliera corriendo. Sé convirtió en un metiche total.
Quería que le informara el nombre de cada amigo, a que se dedicaba, quiénes eran sus padres y a qué se dedicaban; dónde vivía, a qué escuela asistía y qué estudios cursaba y muchas cosas más. Sobre todo cuando quería ir a una fiesta o paseo, ya se han de imaginar. Por eso digo que mi padre fue un fracaso completo.
Sin embargo, ha pasado el tiempo y a la fecha ni yo ni mis hermanos hemos sido arrestados por vagos, ebrios o por tener problemas con las drogas. No hemos participado en ningún acto de violencia. Cada uno de nosotros estamos trabajando para lograr un mejor futuro y sólo nuestro esfuerzo será lo que nos haga cada día mejores. A nadie puedo culpar de mi futuro, cualesquiera que sea. Mi padre hizo que me convirtiera en un adulto educado, respetuoso, honesto y trabajador.
Ahora que soy padre, estoy educando a mis hijos con las mismas enseñanzas y de la misma manera que mi padre me educó. Me siento orgulloso cuando mis hijos me dicen que soy malo, muy malo y mal padre.
Verán, les digo, con el tiempo, ustedes le darán gracias a Dios por haber tenido, como yo lo tuve, “el padre más malo del mundo”.
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